jueves, febrero 22, 2007

Flauta dulce orientada al este






Los padres de roses son unos padres estupendos, yo lo descubrí muy pronto.Una de las cosas que más me maravillaba de ellos era la cesión del mejor cuarto de la casa a sus dos hijas mayores. En la zona donde vivo, los edificios acostumbran a tener pisos que o bien dan a la calle, o bien dan para el patio de manzana (la parte de atrás), lo que sucede es que no dan en su totalidad al mismo lado; por lo general, son sólo dos estancias, tres a lo sumo, las que ventilan directamente al exterior, el comedor y el domitorio doble, por ejemplo; los otros dormitorios, cocina y baño, dan a lo que se denomina patio de luces. Los patios de luces están muy poco valorados, las fincas sin patio de luces, son las mejores para la opinión general. Yo adoro los patios de luces, otro día explico mi relación con este espacio cubierto de uralita lleno de bajantes, galerías y ventanas a otras realidades.
Por lo tanto, es normal que en los pisos de la zona en la que vivo, el dormitorio que da al exterior sea el doble y lo ocupe la pareja que habita en el piso. Incluso, si hay más de un dormitorio doble, se considera principal el que es exterior. A los hijos, a la plancha, al estudio... se los transfiere al resto de dormitorios patiluceros.

Los padres de roses no lo hicieron así, en el dormitorio principal pusieron a roses y a su hermana mayor, Magdolina, creando así un espacio de unos 15m2 con dos estrechas camitas pegadas a la pared y formando ángulo recto, un mueble empotrado de gran capacidad y, bajo el gran ventanal orientado al este, colocaron una largo escritorio con dos oquedades a fin que las dos hermanas desarrollaran allí sus capacidades intelectuales. Ellos se quedaron con otro dormitorio doble que daba al patio de luces.

Esto en mi casa era totalmente impensable, de hecho, creo que si yo lo hubiese comentado alguna vez, habría originado un cristo de descalificaciones por parte de mi padre bajo el nombre de "la tiranía de los hijos". Resignada a que esa prioridad como hija jamás iba a estar entre mis sensaciones, disfrutaba de aquel cuarto como si fuese mio; la hermanas tenían equipo de música, privilegio que yo no alcancé hasta segundo de BUP, televisón, video, máquina de escribir... En los primeros momentos, la tele estaba encima de una mesa camilla cubierta con un mantel de florecitas y hojas verdes de un tacto como de raso.

Otra muestra de generosidad de Ramón y Teresa era que no les importaba que su piso se convirtiese en centro de operaciones sociales de roses o de cualquiera de sus hijos. Así que cuando había que hacer un trabajo o preparar cualquier cosa, o simplemente nos apetecía esuchar música tranquilas, nos podíamos quedar en su cuarto.

En octavo de egb teníamos en el colegio una asignatura de música; entre otras cosas varias, que incluían la historia, la lectura del pentagrama y el reconocer piezas de música clásica, estaba el dominar de manera más menos ágil la flauta dulce. Yo siempre quise tener una flauta de madera, con su sonido aterciopelado y su textura noble, pero mis padres sólo me proporcionaron una Suzuki de plástico con su brillante funda naranja. De tanto en tanto, cortaba un trapo en tiritas, las pasaba por el ojo del instrumento que traía la flauta para su limpieza y, pese a ser de plástico, mi suzuki lucía preciosa.

Lo que quiero expresar es que a mi, el tocar la flauta, me gustaba mucho, lo que pasa es que a mis once años, tal vez pensaba que no era una buena idea expresar en voz alta una idea que nadie compartiría conmigo, ya que el tocar la flauta entre mis compañeras, desde la más cool, a la mas ñoña, se consideraba como una pérdida de tiempo, pasando por ser una ridiculez y una forma muy estresante de tentar a los nervios cuando se podía dedicar el tiempo a distinguir el genitivo sajón del verbo to be o a resolver ecuaciones.

En octavo, el ejercicio práctico de música para aprobar la última evaluación era un canon a cuatro con los líneas de sonido, una grave y otra aguda. Aquello fue el martirio definitivo para todas mis compañeras, porque la pieza, lejos de ser Noche de paz, Michelle de Los beatles o cualquier pieza fácil, era un complicado galimatías de notas muy agudas que nunca habíamos sacado de la flauta; por ejemplo, muchas de las notas de esta pieza, se sacaban taponando parcialmente el orificio posterior de la flauta... vituosismo imposible!

Tuvimos que ensayar la pieza durante los tres meses que duró la evaluación, roses y Emma hacían los agudos y Silvia y yo atacábamos los graves. Me parece que no hace falte que declare que durante muchos años, pasé el tiempo enlazando una voz con otra sin descanso, amorrada a mi suzuki. Como no, para ensayar, quedábamos en la casa de roses. El caso es que la calidad de las cuatro intérpretes era bastante dispar, por lo que para que aquello no se convirtiese en una tortura y para poder adelantar algo, tras un mes y medio de pérdida de tiempo y tardes enteras hablando de valencia, de bourgeois, de sergi... decidimos separar nuestro ensayo, aprendernos la canción cada una por nuestra cuenta y luego, decidir juntas que ritmo conferíamos a nuestros armoniosos pitidos. Pero era complicado que encontrásemos (para mi no, pero fingía) tiempo en nuestras casas para ensayar en soledad, por eso, seguía siendo la casa de roses nuestro centro de operaciones. De esta manera, yo me subía a la azotea comunitaria, roses se queba en el cuarto, Emma en el comedor y Silvia en el cuarto de xavi. Yo recuerdo con mucho cariño y ternura a cuatro niñas de uniforme patigallesco soplando sus flautas y mirando por los ventanales de casa de roses hacía el este.

Emma y roses llevaban un ritmo muy conjuntado y su ejecución era precisa y perfecta: Silvia conseguía que tras su demostración, decidiésemos ir a comer pipas a un banco de la rambla y dejásemos el ensayo parado. Yo era muy pasional: me solía equivocar, pero cuando no lo hacía me quedaba una interpretación soberbia. Otro problemilla con el que tuvimos que lidiar fue el hecho de que, una vez la canción aprendida, entrábamos en la etapa de conjuntarse con la flauta que hacía tu misma línea de voz, es decir, en mi caso, con silvia. Era un problema para nosotras porque era mirarnos la una a la otra tocando la flauta y estallar en carcajadas. Emma y roses, mucho más sobrias, no tenían problema en esto.

Por eso yo, al ensayar por duos con Sílvia, me metía debajo de la mesa camilla y quedaba totalmente cubierta por los faldones del mantel, así, sin vernos, nos salía medianamente normal.
Recuerdo el día que entró roses a su dormitorio y vio a Silvia sola pese a que me oía tocar, cuando yo salí de debajo de la mesa camilla explicando que esa era la única manera de evitar las carcajadas, fue roses la que rompió a reir.

El día del examen tocamos las cuatro, yo de espaldas, y nos pusieron un nueve.

Debajo de la mesa camilla, frecuentemente me cogía angustia y sacaba la cabeza por el otro lado, sin que Silvia me viese, me tumbaba manteniendo las piernas cruzadas y, sin dejar de tocar la melodía, miraba aquel cielo tan azul de 1988; pasaban las nubes rumbo hacia el norte y yo me preguntaba que es lo que me depararía el futuro. Feliz y entusiamada, apostaba por mi cuando tras acabar la canción, no me había equivocado en nada. Por no deafraudar a aquella niña que aún no se ha ido de mi, cuando estoy triste sé que saldré adelante. Y casi, casi, vuelvo a oir aquella canción.

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