martes, febrero 03, 2009

el misterio inteligente


La senora Peñalver. En realidad podría haber escogido a cualquiera de los demás; todos, cada uno en su grado y a su manera, merecen ser descritos. Se han ganaron, sin buscarlo, que es como realmente se puede a llegar a ganar algo en esta vida de manera honesta, que alguien les dedique una parte de su tiempo a observarlos, a estudiarlos, a retratarlos y, dado el caso, enseñarle a un tercero el dibujo final resultante.


Se llamaba Teresa Peñalver. la he puesto de señora para anunciar que hablo de una mujer que aparentemente había pasado los cincuenta, al margen de su edad biológica. Su aspecto, pese a ser muy corriente, tenía algo que llamaba poderosamente la atención. Bueno, tal vez no y yo sencillamente, disfrutaba observándola... Pero con los anos he aprendido a aceptar que mi criterio es bastante ordinario y que no hay nada de horrible en afirmar que si a mi me llamaba la atención, a un amplio espectro de mis lectores, con seguridad, también lo habría hecho.
Era alta. En estos momentos estoy sonriendo porque acabo de caer en la polarización que tanto detesto, porque en realidad Teresa Peñalver no era alta, lo resultaba comparada con otras mujeres de su edad, pero eso... Sirve de barómetro determinante? Casi sería más adecuado en este momento apuntar una cifra, pero, que carajo! Estamos jugando con las palabras y no daremos cabida a las medidas y a las capacidades numéricas. Era alta porque la recuerdo como más alta que yo. No era una persona menuda pero si que era delgada, eso si. Recuerdo que cuando era adolescente tuve una profesora particular de matemáticas, universitaria, que tenia la teoría de que una persona era considerada corpulenta solo cuando lo era de cintura para arriba. Si alguien es muy ancho de hombros, tiene un abdomen abultado, su espalda es imponente. etc., pese a que tenga las piernas de alambre, esta condenado a ser gordo sin remedio. Pero en cambio, si una persona tiene un culo enorme y unas piernas robustas, como la de los percherones, pero es escuálida de pecho y hombros, se dice que esta mal hecha, pero nunca se la tilda de gorda. No sé a cuento de que viene esto porque Teresa Peñalver era bastante proporcionada, esbelta y sin protuberancias destacables en su anatomía. Salvo los pies. Quiero decir que tenía unos pies muy grandes, largos, no anchos; pero supongo que los pies no cuentan a la hora de describir a una persona. Siempre iba plana; en general, toda su persona denotaba una clara búsqueda de la confortabilidad.


Llevaba el pelo corto y teñido de un color cobrizo, siempre limpio y sin dar excesivas muestras de celo en el peinado. Muy lacio. Su tez era muy blanca, de un blanco bonito y uniforme, de esos que da pena romper bajo el sol. Tenía unos ojos azules grandes, inteligentes, bajo unas pobladas cejas, ampliados por el cristal de una gafas de hipermétrope. Para el conjunto de su cara, la nariz resultaba grande, tal vez fuese porque era una nariz de formas rotundas, sin redondeces, mas que por un tamaño desproporcionado. tenia una boca pequeña, de labios rosados y frecuentemente secos. Usaba ropas anchas y cómodas, sin ningún estilo definido, normalmente oscuras, pero pocas veces vestía de negro, prefería los jerséis y las camisetas a las blusas y los pantalones a las faldas. Tenía, eso lo recuerdo perfectamente, un montón de pares de zapatos distintos. Solía sentarse delante de mi y, cada vez que me acordaba, trataba de encontrar un angulo bueno para ver que par de zapatos se había puesto. Sus zapatos eran de muchos colores y texturas, al contrario que su atuendo, rebosaban colorido y me hablaban de un espíritu rompedor e inconformista.


Y hasta aquí, todo lo que puedo decir a ciencia cierta sobre Teresa Peñalver. De aquí en adelante, excepto detalles aislados, todo es conjetura porque, pese a que estuvo viniendo durante cinco años a nuestras reuniones, no sé, ni nunca supe más datos de ella. No puedo sustraerme al hecho de la maravillosa discreción... En fin, tal vez maravillosa no sea el término más adecuado... Decididamente, lo más certero es hablar de su magistral o genial discreción. Que en cinco anos de relación cordial, aunque fuese superficial, Teresa Peñalver no diese ningún dato sobre su persona, me sobrecoge de admiración. Porque hay que saber hacerlo. Una cosa es que a uno no le apetezca hablar de si mismo, por la razón que sea y queal hallarse en un medio lejano a su cotidianidad, se invente una vida. Otra cosa es que en un momento dado no nos apetezca hablar de determinado aspecto de nuestra intimidad y en cierta situación, nos aferremos a un tenso silencio. En el caso de Teresa Peñalver, nada de esto sucedía, mantenía con todos una actitud abierta, cordial, amistosa... Pero nada reveladora. Deduzco que era una persona que detestaba dar explicaciones. Pienso, además, que era de las pocas cosas que debía detestar porque asumía con naturalidad los encargos que salían de las reuniones, las tareas... Siempre estaba haciendo lo que nos proponían y nunca se quejaba o si lo hacía era con un mohín de parodia, con un ticmuy cómico... Como si aceptase que de nada iba a servir quejarse y lo más racional era ponerse manos a la obra, ignorar la pereza y acabar cuanto antes con lo que nos hubieran mandado. Lo hacía todo y todo bien. Pero no se jactaba de ello. Es más, defendía una actitud de total desinterés en las reuniones, o por lo menos es lo que yo percibía, que no debía ser muy real a juzgar por los resultados posteriores. Teresa Peñalver era una mujer que hacía las cosas sin hacer alarde de ello, casi, como si no las estuviese haciendo. Y como ya he dicho antes, las hacía bien.


A mi me encanta juzgar a las personas, llegar a unas conclusiones terribles (porque es igual de terrible llegar a la conclusión de que le dejaría un riñón bajo cualquier circunstancia como llegar a pensar de ella que le darías un kilo de sal si se perdiese en el desierto) y luego encogerme de hombros olvidando para siempre mis conclusiones terribles. Digamos que yo tengo una opinión para casi todo, pero que, en el fondo, tampoco le doy mucha importancia. Esto ilustra lo que voy a contar ahora. Cuando conozco a alguien, cuento las frases que usa hasta que introduce en la conversación su contexto. Me explico: me revientan ese tipo de seres que aun no te han dicho como se llaman y ya te están diciendo que son médicos, abogados o que regentan una tienda de productos bio; en segundo lugar, pero no por ello menos molestos, están aquellos que su segunda frase es: o bien usar un plural haciendo referencia a que tienen pareja o directamente hablar con toda naturalidad y constantemente de los desconocidos Narciso, Ester o Daniel... Sus parejas. Me gusta la gente que habla de su contexto sólo si le preguntan y me gustan porque veo en esa actitud seguridad y la voluntad de ser ellos mismos, sin condicionantes. En un tercer lugar, estarían esos entes que son inexplicables sin la presencia (en foto o en la conversación) de sus hijos. Todo el santo día hablando de las enfermedades, la inteligencia, el carácter, el cole... de los hijos.




Yo, de Teresa Peñalver, nunca supe nada de su formación, de su trabajo, de si vivía en pareja o no o de si alguien la llamaba mamá, de si alquilaba o hitecaba o de si conducía o leía en el metro (esto último me resulta muy apropiado para ella, pero... quien sabe?) Puedo jurar que aquel no saber, lejos, lentísimos, de despertar mi curiosidad, despertaba en mi, admiración por ella. De alguna manera me enseno que se puede prescindir del contexto y, a la vez, valorar a una persona, en resumidas cuentas: que frecuentemente sabemos cosas de los demás que realmente no importan. Ella llegaba a la sala, saludaba a todos, se sentaba, afilaba unos lápices minúsculos (que también habría que hablar mucho sobre esos elegidos que no pierden bolis y lapices antes de agotarlos, eh?) y, apoyando la espalda contra el respaldo del sillón, adoptaba aquella actitud ausente, como si no escuchase al conferenciante. Una vez acabada la reunión, se despedía de todos y se iba. Ajena al colegueo fácil, al comadreo vano. A lo mejor tenia prisa. Teníamos otro compañero que hacia exactamente lo mismo, pero que nos caía a todos fatal. No sé... Aquel otro parecía que disfrutaba siendo así... en cambio, Teresa Peñalver era así! Solia hacer comentarios irónicos sobre detalles de las conferencias y nos hacia reír mucho. Conocía el nombre de todos, cuando, dado el carácter voluntario de nuestras reuniones y lo espaciado de las mismas, era frecuente olvidarlo.


Si me tuviese que quedar con algo de ella, era con aquella sensación de atemporalidad que desprendía. Para mi desgracia, tengo una cara infantil, por lo tanto, para las personas que me sacan doce o quince anos, o más, les resulta fácil tratarme con una cierta, ligera... no sobreprotección, pero si en manifestarse como mayores a mi. Teresa Peñalver era mayor que yo y que muchos de las reuniones y siempre trataba a la gente de igual a igual, eso me gustaba mucho. Poseía muchos registros: desprendiendo intelectualidad en los detalles y declarando sus limitaciones en lo cotidiano. Nunca daba consejos. Por otro lado, era una persona muy humilde. Sacaba muy buenos resultados cuando nos mandaban hacer síntesis o recesiones sobre las conferencias y jamás se los enseñaba a nadie: leía su nota y asumía los nueves y los nueves y medio al lado de su nombre como quien vuelve a sacar un seis. Le daba tan poca importancia a sus resultados que, para los más competitivos, no resultaba una rival. También valoraba mucho su capacidad de crear buen ambiente en las reuniones, por ejemplo, siempre tenía una palabra entusiasta y una opinión favorable sobre las nuevas gafas de alguien, las interminables exposiciones sobre las vacaciones ajenas, un corte de pelo... Escuchaba, sorprendentemente interesada los relatos que cualquiera de los compañeros explicase, era la primera en detectar y celebrar un cambio de imagen, un nuevo perfume, un bolso nuevo... Hacía gala de un positivismo libre de cualquier segunda intención que la hacia muy agradable al trato, cuando alguien comentaba un libro, una película o alguna pieza teatral que le había gustado, Teresa Peñalver sacaba una libreta de su bolso de tela y con su pequeño lapicero, dibujaba la propuesta a través de una letra desordenada e inclinada hacia la derecha.


Hace varios años que las reuniones acabaron y nadie del grupo volvió a tener contacto entre si. Personalmente, me encontré, al cabo del tiempo, con alguno de ellos en un cine, o en el supermercado y tengo que reconocer que en alguna ocasión me hice la sueca y preferí hacer como si no los hubiese visto, pese a preguntarme como les habría ido en sus vidas. Con Teresa Peñalver jamás volví a coincidir. Me acuerdo mucho de ella, pese a no saber muy bien que rememorar: si a una espiá noruega licenciada en el Siglo de Oro o una abnegada y sufrida madre de familia numerosa. El caso es que tengo la impresión de que Teresa Peñalver era una mujer muy inteligente, verdad?

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